La dislexia es un trastorno específico del aprendizaje de la lectura, de origen neurobiológico, crónico y con un componente hereditario significativo. Es decir, perdura durante toda la vida.
En la actualidad conocemos indicadores de riesgo que se pueden evidenciar durante la etapa de infantil (3-5 años), por lo que los investigadores nos aconsejan no esperar al diagnóstico (7-8 años) para realizar un tratamiento preventivo.
La detección precoz, por tanto, es esencial. Eso ayudará a la reducción de la gravedad del trastorno. Además, se evitarán las consecuencias emocionales que comporta tener una dificultad de aprendizaje en un área que es tan esencial a nivel académico.
Así mismo, el desconocimiento de lo que les pasa como niños, afecta directamente su autoestima y deteriora su estado anímico.
No hay persona con dislexia que no haya pensado que la causa de su problema de aprendizaje era su baja inteligencia. Se trata de una creencia totalmente errónea pero que les determina su relación con el mundo.
Los centros escolares están obligados a atender las necesidades especiales de los alumnos con trastorno de aprendizaje, para ello las adaptaciones que deben realizar son:
• Proporcionar múltiples formas para presentar y expresar la información: apoyos visuales, auditivos, manipulativos, etc.
• Enseñar técnicas de estudio, de organización de la información y de memorización: mapas mentales, conceptuales, asociaciones, etc.
• Disponer de un calendario visible en el aula con las tareas, trabajos, etc. Con antelación para favorecer la organización y planificación.
• Ofrecer tutor/a de deberes si es necesario.
• Facilitar ubicación cercana al profesorado.
• Tener en cuenta la accesibilidad en tipología de letra y tamaño: verdana o arial, 12 puntos o mayor e interlineado 1,5.
• Evitar copiados simultáneos a las explicaciones para favorecer la atención (proporcionar fotocopias)
• Reducir deberes y copia de enunciados.
• Delimitar contenidos imprescindibles.
• Ofrecer más tiempo siempre que se necesite.
• Permitir uso de audiolibros y/o conversores de texto a voz y de voz a texto.
• Ofrecer el uso de las TICS: ordenador, tablet, etc.
• Facilitar las tablas de multiplicar y/o calculadora.
• No forzar a leer en público.
• Asegurarse de que entiende los enunciados y reformularlos si lo necesita.
• Dar más valor al contenido que a la forma. No penalizar las faltas de ortografía.
• Evaluación diversificada: pruebas orales, trabajos, etc.
• No realizar más de un examen por día.
• Intentar que las evaluaciones se hagan en las primeras horas.
• Dar refuerzo positivo ante los pequeños avances.
La tartamudez o disfemia no es una enfermedad que haya que curar; es una condición que se da en algunas personas y que, puesto que puede interferir en la comunicación, puede ser tratada con el fin de aprender distintas estrategias para mejorar la fluidez del habla y evitar comportamientos secundarios.
Sí, no existe edad límite para aprender a articular correctamente los fonemas.
La variabilidad individual es considerable, ya que no todos los niños adquieren los sonidos en el mismo orden. Esto hace, por supuesto, que la mayoría de niños cometan errores completamente normales en la adquisición del habla, Para muchos adultos dichos errores tienen un componente entrañable y no una característica típica del habla infantil. Sin embargo, esto no siempre es así.
A los 4 años, entre el 5% y el 11% de los niños presentan una ininteligibilidad del habla que no es apropiada para su edad y que no tiene un origen claro. Aunque la investigación señala que muchos de estos problemas pueden ser transitorios, es importante abordarlos.
Buena parte de los especialistas muestran consenso en que, si al cumplir los tres años, un niño tiene un habla que es difícilmente inteligible por sus cuidadores habituales, se tome eso como un indicador de riesgo y se acuda a un especialista que valore dichas dificultades.
No se debe esperar. La idea de que hasta los 4 ó 5 años no es conveniente intervenir en este trastorno es errónea. Lo mismo que la idea, transmitida frecuentemente en las escuelas, en los departamentos de orientación y en las consultas pediátricas, de que ya se le pasará. Si el desarrollo del lenguaje ha empezado con dificultades y no se modifican las condiciones en las que este desarrollo se está produciendo, no parece razonable esperar un cambio significativo en un tiempo aceptable para los padres y para las demandas escolares.
Debe intervenirse desde el principio; en concreto desde que se detecta un inicio tardío. Tras la necesaria evaluación, debe enseñarse a los padres a poner en práctica estrategias que van a favorecer el desarrollo del lenguaje. Y, si el niño está ya escolarizado, los profesores deben ser agentes esenciales de la estimulación del lenguaje de ese niño. La enseñanza de estas estrategias a padres y profesores debe hacerse explícitamente, y los resultados deben ser evaluados regularmente, para modificar, en su caso, las formas de intervenir.
Existe una buena cantidad de investigaciones que muestran qué estrategias son eficaces.
La principal causa de Daño Cerebral Adquirido (DCA) es, en un 78% de los casos, el ictus; seguida de los traumatismos craneoencefálicos y enfermedades como las anoxias, los tumores cerebrales o las infecciones.
En un paciente con DCA el inicio de un tratamiento precoz, en el primer mes, favorece la mejora y/o recuperación de las alteraciones que se producen en el lenguaje.
La intervención de los logopedas en estos casos es clave para rehabilitar la función, la comunicación y la relación social de las personas afectadas.
El Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa para la que, hoy por hoy, lamentablemente carecemos de curación. El tratamiento farmacológico por sí solo no es suficiente y ha de completarse con un enfoque integral del paciente que ayude a ralentizar cuanto sea posible la evolución de la enfermedad. El logopeda llevará a cabo actividades y terapias de estimulación cognitiva orientadas a mejorar las funciones intelectuales conservadas y a rehabilitar aquellas que han sufrido un deterioro para mantener la autonomía de la persona durante el mayor tiempo posible.
En la cavidad oral se realizan las funciones vitales de respiración, masticación, deglución y fonación. Estas funciones están estrechamente relacionadas y, necesitan guardar un equilibrio con el objetivo de que el desarrollo del macizo facial, se lleve a cabo de forma normal, además desde el punto de vista local, ese equilibrio permitirá, el desarrollo de los arcos dentarios y de los órganos de defensa como las vegetaciones adenoideas y las amígdalas, cada una haciendo en su sitio, su función aisladamente.
Por lo tanto, cuando ocurre una disfunción respiratoria, todas las demás funciones son afectadas, generando problemas de orden local y de orden general. Un niño que respira mal, deglute mal, mastica mal y habla mal, lo que ocasiona un sin número de consecuencias en el funcionamiento de todo su organismos.
La cavidad oral es la caja de resonancia del aparato fonético, tiene en su interior la lengua, que es un órgano muscular de gran potencia y responsable del desarrollo del macizo facial desde el nacimiento, hasta la edad adulta. La lengua debe ocupar todo el espacio posible dentro de la cavidad oral y necesita estar en perfecto equilibrio con todos los músculos orofaciales y masticadores. Cuando el niño tiene la fuerza de su lengua aumentada y proyectada hacia adelante, el labio no puede contraponerse a esta fuerza, y los dientes anteriores superiores, son también proyectados hacia adelante estableciéndose la protusión.
Puede ocurrir también una mordida abierta anterior, que causa problemas de voz y habla del niño conocida como sigmatismo, que se prolonga hasta la adolescencia.
Cuando ésta disfunción se inicia los padres encuentran gracioso el tipo de habla, sin darse cuenta de los problemas que esto originará, por eso en ocasiones los padres no buscan ayuda de un especialista.
La respiración por la boca es la disfunción de la cavidad bucal que más trastornos causa a los individuos, principalmente a los niños durante su desarrollo.
En la deglución atípica podemos observar la inadecuada posición de la lengua. Es normal que cuando uno come o pronuncia ciertas palabras coloca la punta de la lengua en la parte superior del paladar, contra las llamadas rugas palatinas. En este hábito, los niños colocan la punta de la lengua entre los dientes superior e inferior anteriores.
La función masticatoria es aprendida y necesita de la presencia de los dientes y de una madurez de músculos, huesos, articulación temporo mandibular y del sistema nervioso central.
Para efectuar la deglución, se establece un contacto, entre la lengua que ocupa prácticamente toda la cavidad bucal y los labios, a tal punto que el cierre anterior se realiza con participación del labio inferior y la superficie ventral de la lengua.
En cuanto a la masticación, el principal error es masticar más por un solo lado (debe ser bilateral). Estos hábitos provocan apiñamientos de los dientes y otras complicaciones por no ejercitar los maxilares.
Aquí también hay una serie de vicios que son perjudiciales. Por ejemplo, dormir siempre por un solo lado, o en los estudiantes, el colocar el brazo sobre el pupitre y la mano siempre sobre una mejilla; el hacer gestos o mímicas con regularidad, mejor dicho, muecas.
Estos hábitos ocasionan mordidas cruzadas unilaterales (que el maxilar superior esté por detrás del inferior, cuando lo normal es que sea el superior el que sobresalga) y desviación de la mandíbula.
Es conveniente que el logopeda comience a actuar desde que el niño es pequeño, a los 2 años. Para entonces el labio y el velo ya están reparados. Queda aún mucho que hacer en relación con la ortodoncia, la reparación de la nariz, etc. Pero es necesario que los padres aprendan una serie de estrategias para enseñar a su hijo a dirigir el soplo y otras habilidades respiratorias, aunque el paladar duro permanezca abierto (su reparación quirúrgica debe esperar a un crecimiento adecuado de la cabeza del niño).
El niño tendrá muchas dificultades para producir los sonidos oclusivos en los que la salida del aire se ocluye en partes anteriores a la fisura (labios, dientes, alvéolos). También podrá mostrar dificultades en los sonidos fricativos que exigen una mayor fuerza de soplo y en los que la fricación se produce asimismo en zonas anteriores a la fisura. Y los ejercicios de dirección de soplo, por ejemplo, lograrán reducir estas dificultades, además de que prepararán al niño a emitir los sonidos bien tras la intervención quirúrgica. Otra serie de actividades se dirigirán a aumentar la fuerza del labio superior y del velo del paladar. Estas anomalí¬as no implican que al niño le falta algún músculo; simplemente no se han soldado en la etapa fetal adecuada. Esto y la presencia necesaria de cicatrices hace que el labio superior y el velo sean relativamente inertes. Es necesario entonces programar ejercicios especí¬ficos para fortalecerlos y lograr una mayor funcionalidad. Generalmente esta intervención puede prolongarse hasta bien avanzada la escolaridad. Es evidente que el planteamiento de objetivos y la preparación del programa de intervención logopédica debe hacerse siempre en función de las caracterí¬sticas del niño, de los sonidos que vaya siendo capaz de emitir, de los mecanismos compensatorios que se observen en su habla (golpe de glotis para sustituir a las oclusivas, por ejemplo), y de las necesidades que al niño se le plantean para un crecimiento adecuado de su autoconcepto (imagen pública, impacto de su aspecto fí¬sico, etc.).
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